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sábado, 13 de noviembre de 2010

Un adiós eterno.


En las descoloridas páginas de un extraño manuscrito que fue depositado en el monasterio de Samos por un comerciante judío a principios del siglo X, pude leer una leyenda única, un preludio de novela, un texto musical y atrayente. A pesar de su antigüedad, semejaba un canto vivo como la tinta aún brillante que adornaba los bordes de las páginas en forma de garabatos. Me llamó la atención la sencillez, no exenta de elementos complejos, de los grabados del manuscrito, quizá formasen un arte imposible de encontrar en cualquier otra escena plástica medieval. Esta pequeña joya, en forma de letras, estaba escrita en latín, probablemente el comerciante judío lo adquirió en algún otro lugar de la cristiandad. Mis conocimientos de latín son bastante limitados, de modo que con la ayuda del organista de la catedral de Samos, conseguí entender algunos pasajes, dando forma a esta peculiar leyenda no exenta de imaginación:

En los tiempos antediluvianos existía una región en el corazón de Grecia cubierta por la despiadada geometría de rocas puntiagudas, bañada por los inhóspitos rayos del sol y temida por ser el lugar de escondite de cuantos maleantes escapaban de la justicia. En medio de esta yerma existía un pequeño poblado, cuyos moradores eran reconocidos por su habilidad para la agricultura y el comercio. Habían desarrollado toda una red de acequias subterráneas para regar sus campos y desde hacía mucho utilizaban la moneda como medio de pago en sus transacciones.
Para evitar el pillaje de los bandoleros los hombres del lugar solían guardar sus campos en las frías noches del invierno. Y fue en una de aquellas noches cuando el vigía que a la sazón hacía turno escuchó el lejano sonido del llanto de un bebe. Al principio pensó que los íncubos de la noche querían engañarle jugando con el misterio de la escena misma, sin embargo, al poco tiempo tropezó con un bulto blanco que se mecía tibiamente en la tierra todavía caliente por el sol de la tarde. No dudó en tomar al niño entre sus brazos, y esa misma noche, lo presentó ante el anciano del lugar:

-Venerable anciano- dijo el campesino- Fijaos en este paño blanco que he encontrado en la tierra oscura, su interior cobija la mirada más cálida que jamás se haya visto en nuestras pobres tierras.
-Estás en lo cierto –respondió el anciano- su mirada es pura como la de
un Dios. No parece engendrado en nuestra modesta aldea, aun así debemos encontrar un lugar donde alojarlo.
- Anciano, como sabéis, mi mujer y yo perdimos a nuestro único hijo nada más nacer y si es de vuestro agrado nos complacería cuidarlo y educarlo como su fuera aquel hijo perdido.
-Sea pues lo que dices- concluyó el anciano.

Como era costumbre por aquel entonces en Grecia y en todos los países del Asia Menor, los recién nacidos debían contar con el agrado de los astrólogos, puesto que el futuro del poblado dependía del buen destino de sus ciudadanos. Tal era el conocimiento de los sabios que fueron capaces de establecer el día exacto del nacimiento del niño, llegando a la conclusión de que nació bajo la constelación de Lira y por ello fue nombrado Orfeo, Orfeo de Lira.

A pesar de contar con unos meses de vida, el niño era adorado por todos. Ora miraba a las tiernas madres con sus ojos de miel, ora proyectaba la bendición de su sonrisa sobre los ancianos, ora jugueteaba con los demás niños quienes le envolvían en un corro de risas y cantos. Pronto entendieron los astrólogos que aquel niño era un regalo de los dioses quienes admirados con la fuerza de esta pequeña aldea para soportar los males de la tierra, quisieron hacer justicia en la forma de un niño bendecido. Sucedió, además, que al cumplir el joven Orfeo un año de vida, nació en la aldea una niña de hermosos ojos verdes bajo la constelación de Andrómeda, de la cual tomó su nombre.

Desde el inicio los dos infantes se amaron, al principio como si fueran hermanos, más tarde como amantes. Cuenta el relato que al llegar la edad púber, la gracia y belleza de la pareja era tal que los viajantes nómadas no dudaban en hacer una parada en la aldea para conocer semejante prodigio de nobleza allá donde el paisaje era más inhóspito y raro.

Hace mucho tiempo, en las fechas en las que transcurrieron los hechos, los dioses solían descender a la tierra desde su morada en el Olimpo, y solían caminar por ella como un humano más. Así fue como la diosa del amor, Afrodita llegó a la aldea una tarde de verano, oculta bajo la aparienciade una rica princesa, y acercándose al muchacho le habló con estas palabras:

-¿Orfeo te llamas bello muchacho?- quiso saber la diosa.
-Así es señora- respondió el muchacho con una timidez provocada por la ostentosidad de la diosa.
- Ven conmigo y tendrás mi amor.
- Eso no lo haré señora.

Estas palabras tenues pero firmes hirieron el corazón de Afrodita enamorada de la mirada aterciopelada del muchacho.

Llegados a este punto, el libro reflexiona sobre la naturaleza del tiempo. Cuenta que los dioses son inmortales y que para ellos no existe el tiempo, para que lo necesitan si tienen el don de la infinita paciencia. Hace saber, además, que los seres humanos podemos llegar a ser inmortales, si eliminamos el tiempo, si dejamos que esta ilusión se esfume de nuestro corazón. Somos inmortales en la medida en que nos olvidamos del tiempo en la medida en que somos infinitamente pacientes.

Y es por su inmortalidad, por lo que Afrodita esperó años hasta volver al lugar donde se hallaba el muchacho, esta vez bajo la apariencia de una joven extraviada:

-Hermoso campesino- dijo la diosa- me hayo perdida en estas tierras extranjeras. Dadme un techo para pasar la noche y a fe mía que os lo compensare.
-Venid conmigo, esta noche reposaréis en mi morada- Respondió Orfeo.

La casa de Orfeo tan sólo contaba con una habitación y un modesto lecho que cedió a la diosa. Aquella fue una noche hechizante... Las llamas del hogar jugaban con los objetos de la sala en un matiz claro-oscuro insinuante y misterioso, tanto como lo era el aspecto de aquella joven. La atmósfera del lugar comenzó a colorearse con las notas del canto de la diosa y no hay voz más cautivadora que la de la diosa del amor. Orfeo extasiado, amó el sonido celestial del cantar de Afrodita. Y las horas pasaron… hasta que el carruaje de Apolo volvió a iluminar las tierras aun dormidas:

-Orfeo, Orfeo. Ven conmigo y podrás saciar tus oídos con mi voz.
- No señora, eso no sucederá.

Y como si de un encantamiento se tratara la atmósfera sensual que los envolvió se desvaneció. Pero esa noche el alma del joven cambió. La música de la diosa se habia posado en lo más profundo de su corazón, revelándole sentimientos que nunca antes había experimentado: vértigo, asombro, miedo, compasión, dulzura… fuerzas que nublaban su razón con el recuerdo aún latente de las melodías divinas.

Ahora el relato pasa a contar como el joven abandonó la aldea y como vivió innumerables aventuras, en tierra y mar, en oriente y occidente, en las frías tierras del norte y en los cálidos desiertos del sur. Quizá pasaron años, décadas incluso, pero ¿acaso importa el fluir del tiempo en una época en la que la vida se contaba por los actos y no por el momento?

Existía una región donde las ciudades eran regidas por los designios de las constelaciones, ciudades en donde los gobernantes hacían honor a la palabra justicia y los humanos colaboraban estrechamente con los dioses en busca de un mundo mejor. Esta tierra era conocida bajo el nombre de Sumer y de ella surgiría el caudaloso imperio babilónico. Los sacerdotes sumerios adoradores del dios An, eran conocidos por sus dotes musicales. La mayoría tocaba la lira con tal destreza que las vibraciones tenían la virtud de llegar a lo más profundo del oyente y así llegaron al alma de Orfeo donde en la más callada resonancia hicieron resurgir las notas que en el pasado grabara Afrodita. Tan maravillado quedó de aquella amalgama de sonidos que tomó los hábitos de monje y aprendió a tocar la lira.

El destino. Cuántas letras se podrían escribir sobre él. Unas veces despiadado otras amable, pero siempre tejiendo la senda por donde nuestros pies caminan. Nadie supo ni siquiera su nombre, pero Orfeo blandía la lira con una maestría insuperable. Gobernantes, sumos sacerdotes, profetas, astrólogos, incluso animales del bosque llegaban a la región de Sumer para escuchar sus melodías. Melodías tristes inspiradas por el recuerdo de su amada Andrómeda a quien abandonó por conquistar un sueño que ahora había convertido en realidad. Como dolían los recuerdos, similares a dagas punzantes que vertían su fiereza sobre el espíritu. Por ello decidió volver…

Que fantásticas aventuras nos hace saber el relato original. Náyades, barcos a la deriva dirigidos por gigantes, sirenas, guerreros de piel oscura, islas con lagos de oro… Todo se entreteje dando lugar a un extenso capítulo mitológico. Espero me perdonen si no recojo las anécdotas, tan prodigiosas y únicas como quizá no se conozcan, pero baste con decir que aquel Orfeo pasó por similares aventuras que Ulises de Ítaca, aunque si bien el príncipe griego vencía por su ingenio, el músico triunfaba merced a la belleza de su canto.

Tras una larga travesía, Orfeo encalló en las costas de Grecia. Aquel muchacho que hace mucho tiempo partió indefenso; volvía dirigiendo un navío tan extenso que hubieron de desembarcar ayudados por los pequeños botes que llegaban desde la costa. Tamañas fueron la sorpresa y admiración que ocasionaron que la reina los recibió esa misma noche en su palacio y como no podía ser de otro modo Orfeo tocó y tocó hasta bien entrada la noche. Fue aquel un canto alegre motivado por su vuelta a casa, en el que la inspiración casi divina se manifestó en forma de notas musicales tan perfectas como bellas. Cuando su “awen” dejó de tocar, llegó hasta él la reina ataviada con un vestido de oro, hermosa y luciente como los diamantes que flotaban en su cabello rubio:

-Bello es quien crea belleza. ¿Quien sois extranjero?- dijo la reina.
-Me llamo Orfeo, reina venerable, y he vuelto al lugar que me vio partir para quedarme junto a mi amada Andrómeda.
-¿Como? ¿Sois Orfeo?¿Aquel por el que la inocente Andrómeda dio su vida?.

Quedó turbado el músico ante semejante noticia. La esperanza y la vida son como dos mitades complementarias que danzan mientras suena el latido de los corazones. El corazón de Andrómeda se paró porque perdió toda esperanza en el retorno de Orfeo.

El libro nos relata como aquella reina era de nuevo la diosa Afrodita y como esta vez logró casarse con el marinero de la lira quien volvió, como antaño, a teñir melodías de semejante tristeza que hacían lloran a los animales y hasta las nubes precipitaban sus gotas rítmicamente al son de su canto.


Y llegó la primavera, época de florecimiento y regeneración. La naturaleza comenzaba a despertarse tras el letargo del invierno. El rielar de la luna en las aguas de la orilla, la brisa fresca repleta de mil perfumes alados, otorgaban a aquella noche del abril una atmósfera bruja… Orfeo se encontraba inquieto como si se hallase en la antesala de una salón de baile donde se fraguaría su destino hasta el final de los tiempos. Cabizbajo, doliente, apesadumbrado, tomó el camino hacia el viejo acantilado, allí había disfrutado de su querida Andrómeda cuando las necesidades los traían a la costa. Cuan felices y sencillos eran aquellos tiempos… Un paso, otro paso hacia el acantilado, a un lado la muerte oscura y grave al otro la vida cruel y fugaz, arriba una estrella de tintineo dorado que empezó a hacerse más y más grande a medida que se acercaba al músico. Quedó sorprendido ante tal fenómeno y pensó que se trataba de la reina quien enviaba una guardiana para su cuidado. Sin embargo cuanto más se acercaba más se parecía a la dulce Andrómeda. Orfeo calló de rodillas y se dirigió a la luz con palabras entrecortadas.

-¿Eres tu Andrómeda?
-Orfeo, por fin te encuentro… Cuantas noches he esperado tu llegada. Cuántas noches he contado las estrellas del firmamento, cuántas noches he anhelado este momento- dijo Andrómeda bajo su apariencia espectral.
-Andrómeda, perdóname por haber salido de nuestro nido de amor aquel día fatídico que no he dejado de maldecir a cada hora, a cada minuto. Tan sólo deseo volver a tus brazos y si por ello tengo que vender mi alma a los infiernos de Hades con gusto lo haré.

Andrómeda esbozó una leve sonrisa de compasión y bondad.

Sé que ese es tu deseo y he venido a complacerlo. Ven abrázame y que la eternidad nos mantenga siempre unidos.

A la mañana siguiente fue hallado el cuerpo de Orfeo sin vida en el fondo del acantilado donde el hombre del faro le había visto hablar con una hermosa estrella luciente y viva de la constelación de Andrómeda.

Cuenta además el libro que todos los años al llegar la primavera se pueden observar en el horizonte dos estrellas unidas conocidas como “los enamorados”, y sólo puede verse el prodigio durante una única noche. Mucho tiempo ha pasado desde que Orfeo buscara a su amada en los riscos de la muerte, varios diluvios anegaros la Tierra, pero este prodigio puede verse año tras año en las costas de un remoto pueblo costero de Grecia. Su destino era estar unidos por siempre, vivos en la eternidad y es que el amor verdadero pervive en el tiempo y en el espacio, es capaz de vencer diluvios y volver año tras año a bendecir el mundo con la pureza de su luz.


lunes, 26 de abril de 2010

Queda prohibido...





Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarte un día sin saber que hacer,
tener miedo a tus recuerdos...



Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quieres,
abandonarlo todo por miedo.
No convertir en realidad tus sueños...


Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen menos que la tuya,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.



Queda prohibido no crear tu historia,
no tener un momento para la gente que te necesita,
no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.

Queda prohibido no buscar tu felicidad,

no vivir tu vida con una actitud positiva,

no pensar en que podemos ser mejores,
no sentir que sin ti, este mundo no seria igual...




Pablo Neruda

jueves, 22 de abril de 2010

El anciano y la rosa

Las calles de Toledo eran, por aquel entonces, oscuras, estrechas y misteriosas, engalanadas con ese romanticismo medieval cautivador. El margen del río Tajo era testigo intemporal de las ruinas de un antiguo castillo templario. En las frías mañanas del invierno o en las tardes floridas del abril, la antigua fortaleza proyectaba su luz sobre las nobles aguas del Tajo, formando una imagen ondulada y caprichosa, como si el río juguetón bailara con las melancólicas piedras oscuras.

Con la llegada de la primavera, año tras año, el más anónimo y sabio de los filósofos anclaba su barca a los pies de la fortaleza. Solía llevar una túnica ennegrecida por el uso como única vestimenta amen de unas sandalias gastadas y un pequeño bonete que tapaba parte de su cabeza. Tan ilustre y peculiar personaje suscitaba no pocas habladurías. Era por entonces común en la ciudad imperial que las madres cantaran a sus hijos historias, a cual más fantasiosa, sobre el famoso hombre a quien sus raras costumbres bautizaron como templario.

Al abrigo de las rocas ruinosas del castillo y alimentada por las aguas del insigne rio, crecía durante todo el año una extraña flor muy apreciada desde la antigüedad por filósofos y alquimista. De ella se contaba que tenía la capacidad de despertar con su aroma las mentes agasajadas por tantas horas de estudio. Y así se encontraba el sabio en su labor de recolección, cuando escuchó el repiqueteo de un carruaje acercándose hacia el lugar donde solían crecer estas flores delicadas. Pensó, al principio, que se trataba de un sonido lejano proyectado por el viento matinal hasta su oídos, pero aquel sonido se fue haciendo cada vez más perceptible. Suele ser habitual que las almas más sabias sean a la vez las más humildes y solitarias y por esta razón decidió esconderse tras una roca, temeroso de ser descubierto.
No tardó el esperado carruaje real en detenerse al pie del filósofo y, como una maravilla llegada de un lejano paraíso, descendió una joven de rara belleza. Su cabello rubio como vellocino de oro, sus labios escarlata, su mirada luciente como la aureola de un ángel cautivaron al anciano. No era capaz de apartar la mirada de tan jovial aparición, aquí, allá, ora jugaba con sus lebreles, ora arrojaba margaritas al río, ora tarareaba una dulce melodía acompañada del suave canto de un arpa. Tan feliz fue el anciano durante la presencia de la muchacha que el tiempo transcurrió en un leve suspiro.

Las almas fuertes no entienden de edad y aún cuando el cuerpo pueda estar débil y arrugado, el espíritu tiene la habilidad de empuñar la espada de la furia, el escudo de la arrogancia o la nobleza del amor, para formar así una fortaleza única e inexpugnable. Sin embargo, cuanto dolía el recuerdo en la tarde primaveral entre los rayos dorados del crepúsculo, entre las notas lejanas del horizonte vespertino.
Cierto día del abril caminaba el sabio por el mercado de la ciudad, prestando sus oídos a las vagas habladurías de los mercaderes, cuando alcanzó a escuchar una animada conversación que mantenían unos jóvenes cortesanos.

- La princesa celebrará un baile mañana –decía uno de los cortesanos-; y pregonan los heraldos que en él elegirá a su pretendiente entre las altas familias de todos los reinos.
- Así es, y se dice aún más. He oido que la princesa bailará con aquellos capaces de encontrar una rosa roja. –Respondió otro cortesano.
-¡Jamás!, nadie será capaz de encontrar rosas rojas en toda la comarca después de los devastadores inviernos de los que hemos sido todos testigos.

Así comentaban los jóvenes del lugar, con su gracia habitual, despreocupados por lo que ellos veían como un imposible.
Tales palabras dejaron al anciano en un profundo estado de melancolía:
-¡Ay!, que insignificante es el hombre ante el amor. Yo, el más sabio filósofo desde los tiempo del mismísimo Rey Salomón, más sabio aún que los magos del Egipto, más aún que los sacerdotes de la Mesopotamia, más aún que los filósofos de la Grecia, y heme aquí llorando por la merced de una fuerza indómita, de una savia nueva que se ha apoderado de mi corazón. El amor esperanzado es más precioso que el brillo de la esmeralda y más maravilloso que un diamante negro. Amando en el silencio vivo, muriendo con cada suspiro, con cada lágrima derramada y cada palabra navegante en el aire de poniente. Tan sólo necesito una rosa roja para mañana y ella bailará conmigo. Pero no, nadie bailará con un viejo decrépito, nadie, nadie…-

Así meditaba tristemente el anciano templario sin darse cuenta de que en lo alto de una encina se encontraba un alegre ruiseñor que escuchó todo cuanto dijo y sin poder ocultar su turbación interrumpió al sabio:
-Debéis ser sin duda el verdadero enamorado. Tan altas y sinceras son vuestras palabras que por ayudaros cantaría canciones de amor a aquella luna por la que suspiráis. Os contaré un secreto que tan sólo sabemos los ruiseñores. Detrás de aquellas colinas en lo más profundo del bosque de encinas, existe una fuente singular cuyas aguas poseen la virtud de devolver la juventud a quien se baña en ellas. Pero debéis saber, mi anciano enamorado, que esta fuente fue construida por los sabios profetas árabes y que por conjuro está oculta a los ojos de los caminantes-
-¡Oh!; hermoso ruiseñor, soy un anciano ducho en las artes mágicas, conozco todos los conjuros ocultos de la naturaleza, sabré hallar la fuente y con ella el elixir de la juventud-

Y esa misma noche partió hacia el corazón del bosque de encinas. Al amanecer, llegó hasta el lugar que le describió el ruiseñor y gritando las palabras ocultas apareció ante él una fuente extraordinaria, adornada con grandes esculturas de mármol que representaban paisajes perdidos de los valles de Arabia. El anciano se bañó en aquellas aguas de textura cristalina y poco a poco su piel arrugada fue dando paso a la piel brillante de la juventud. Existía en la fuente un libro que tan sólo rezaba una única inscripción: “El precio de la eternidad es el corazón de los hombres”, y que el anciano convertido en joven olvidó de leer en el paroxismo de su nueva apariencia. Tamaño era su contento que pasó sobre el bosque como una sombra y como una sombra cruzó las colinas hasta llegar a orillas del Tajo donde volvía a encontrarse el ruiseñor. Al ver su rostro reflejado en las aguas del río esbozó una leve sonrisa, y digo leve porque al cabo un pensamiento negativo nubló su estado de optimismo:

-Cuán desdichado soy. He encontrado la eterna juventud, pero no basta aún. Necesito encontrar una rosa roja.

Y mientras meditaba en estos términos, llegó al parterre donde se levantaba un majestuoso rosal, al verlo, exaltado corrió hacia él.
-Rosal de mi corazón-le dijo- dadme una rosa roja y tan agradecido estaré que os colmaré de cuidados y amores.
-Mis rosas son amarillas-respondió el rosal- amarillas como el rayo solar del crepúsculo, tan amarillas como los campo de trigo, tanto como el centelleo de los bellos arcángeles. Pero ve en busca de mi hermano que crece alrededor de la plaza quizá el pueda hacerte feliz.
Y así llegó hasta la plaza donde crecía el otro rosal:
-¡Oh! Rosal de mi corazón, dadme una rosa roja y tan agradecido estaré que os colmaré de cuidados y amores.
-¡Ah! Mis rosas son blancas, tan blancas como la nieve, tan blancas como la inocencia, tan blancas como el halo de la azucena.
- Hermoso rosal, por una rosa roja daría mi alma. Dime que navege por la laguna Estigia entre los horrores de los moribundos y a fe mía que lo haré.
- Tu sangre es sangre enamorada, roja como la pasión que hace latir tu corazón. –replicó el rosal-; Tan sólo deberás regar mis tallos con tu sangre y así fabricaré la rosa roja más sutil en las formas y noble en los olores que jamás háyase visto.
Ni siquiera las rosas que cultivaron los ilustres abencerrajes en los desiertos del Africa serán capaces de igualarla.Tan perfecta será tu flor que parecerá llegada del mismísimo corazón de la núbil Alhambra.

Extasiado por la fuerza de las palabras del rosal, rajó su piel y al instante un fino reguero de sangre se deslizó sobre la mano que tocaba la planta.
Durante la noche al abrigo de los rayos lunares, entre los susurros misteriosos del río se fue realizando la rosa de la pasión. Al principio, su cuerpo era frío como el fluir de la aurora en los polos, inerte como el mármol, pero a medida que transcurría la noche, su núcleo tomó el calor de la sangre del enamorado dando lugar a un rubor especial que se extendió por todos los pétalos suaves. Cuando amaneció, tomó la rosa ya formada entre sus manos para guardarla de la luz del día y al llegar la noche la cubrió con un velo de seda negra para ocultarla a los ojos de las gentes que cruzaban en su camino al castillo donde tenía lugar el baile. Allí encontró a los pretendientes, que haciendo honor a su ímpetu brioso y guerrero, mostraban su disgusto ante el rey por lo que consideraban un insulto por parte de la princesa:

-Noble rey-decía un caballero de negros cabellos-; bien sabéis que las rosas rojas se extinguieron en la tierra tras el paso del invierno. Ningún caballero podrá conquistar el corazón de vuestra hija.
- Rey mío. Habéis hecho reunir a la flor y nata de la caballería del reino y vuestra hija nos ultraja con extrañas peticiones- Replicó otro caballero de largos cabellos rubios.
- No os exaltéis mis amados invitados. Bien sabrá mi hija, la princesa, elegir a aquel que se pondrá al frente en sabiduría para dirigir los designios del reino.

En tal estado se encontraban en la sala, que nadie reparó en el anciano tornado en joven que había llegado con un extraño velo entre las manos, cómplice misterioso de un tesoro escondido. La noche transcurrió entre las risas y bailes de los invitados, sin embargo, todo resultaba artificial; risas que sonaban demasiado alto, bailes que se prolongaban hasta después del sonido de las cítaras. En un momento inesperado de la noche sonaron las tromperas en el fragor de la sala entregada al dios Baco. Sonaron agudas, anunciantes de la llegada de la princesa a su trono dorado. Y allí uno tras otro todos los jóvenes fueron depositando a sus pies los más raros tesoros: diamantes del tamaño de un puño, jarrones de ámbar, figuras de mármol ornadas de rubíes, corazones tejidos en seda de Damasco, cetros de jaspe, collares de perlas que en tiempos remotos formaron parte del tesoro de Salomón, perfumes con olores a amízcle y jazmín. Y un sin fin de regalos cada cual más original y raro que el anterior. Pero la princesa seguía triste, de qué servían todas esas joyas si ningún pretendiente era capaz de llegar a su corazón por el único camino que ella puso a disposición de los caballeros, el camino de una rosa. Después de una paciente espera, por fin llegó el turno del joven extraño que durante toda la velada no se había movido de un rincón de la sala desde donde dirigía palabras de amor a un trapo negro, suscitando entre los invitados toda clase de habladurías.

-Princesa-dijo el muchacho-; no soy quien para competir en galantería con el menor de los pretendientes que han pasado hoy ante vos, sin embargo tales son su altanería y egoísmo que no han prestado oídos al auténtico anhelo de vuestra pasión, una rosa roja.

Y mientras decía estas palabras dejó al descubierto el objeto de sus delirios, provocando en la sala un murmullo sordo y en la princesa una sonrisa por la que el más poderoso de los hombres hubiera conquistado un imperio.

-¡Silencio!, ¡silencio! –ordenó el rey-; ¿Quién eres joven extranjero? Por vuestra indumentaria no parecéis un cortesano, sin embargo poseéis el gentil garbo de los linajes nobles.
-Mi rey, no soy más que un hombre enamorado.-Replicó el muchacho reflejando en su voz el convencimiento de la verdad.
-Es sin duda el amor –respondió el rey-; la fuerza que os hace ser osado y pretender aquello por lo que los más ilustres guerreros del reino darían gozosamente su vida.
-Rey mío. No aspiro a riquezas ni poderes. Tan sólo amo a vuestra hija con la fuerza del sol y la pureza de la luna.
Tras un breve instante de reflexión, el rey se levantó de su trono y se dirigió a todos sus invitados:
-Siempre he sido complaciente con los deseos de la princesa, y si ella ha accedido a conceder su amor a aquel que encontrase la rosa roja no tengo nada que oponer, sea pues vuestra esposa.

Aquella misma noche el joven tomó por esposa a la princesa, y fue todo felicidad en los corazones de los enamorados. Bien podría la historia del anciano filósofo terminarse aquí, de no haber sido porque en el transcurso de los días sucesivos a la boda el joven sintió como una fuerza oscura se apoderaba lentamente de su alma, una fuerza de energía fétida y negra como las cloacas en las que padeció Segismundo.

-Amada mía- hizo saber el joven-; siento en mi corazón como se escapa entre suspiros las fuerza del amor que fluye entre los átomos del aire para desaparecer a lo lejos en la niebla, allí donde se haya la fuente de la eterna juventud.

La princesa comprendió, en seguida, el origen de semejante mal.

-Mi querido esposo, habéis bañado vuestros miembros en las aguas de la fuente oculta desde hace siglos por las encinas del bosque. Sabed que ya nunca seréis mío. Habéis entregado vuestro corazón a la fuente como pago por la juventud eterna. Bien sé de lo que me habláis porque yo misma dispongo de esta falsa apariencia que en una noche de verano hace ya casi un siglo la fuente me otorgó. Sin embargo, cuentan los sabios de la corte que el día que una rosa sencilla y pura moje sus pétalos en las aguas mágicas, los corazones serán devueltos a sus verdaderos poseedores que jamás debieron entregarlos a cambio del ensueño de la lozanía.


Recorrieron los dos amantes el camino que días atrás recorriera el anciano pensativo, y al llegar ante la fuente posaron la rosa allí donde las aguas eran más turbulentas. Los pétalos navegaban como barquitas aladas dejando a su paso un halo perfumado que apagaba poco a poco el fulgor de la fuente, la esencia de su poder. Y derrotada la fuente los enamorados recuperaron su madurez auténtica.

-Dime amado mío-Quiso saber la princesa-; ¿sigo siendo hermosa?
-Ahora que mi corazón es tuyo, puedo susurrar a las estrellas en la noche que eres la más hermosa de entre todas las damas.

Y vestidos tan sólo con la sonrisa de su complacencia, los dos ancianos se internaron en el bosque donde, según señalan los antiguos del lugar, viven desde hace más de cinco siglos consagrados al cuidado de sus corazones mutuos, unos corazones colmados con la juventud que concede el amor verdadero.

domingo, 28 de marzo de 2010

Paradojas


Primero vino un niño inocente,
y me preguntó cómo eran las cosas,
le respondí que no lo sabía.
Después vino un anciano sabio,
y me preguntó cómo eran las cosas,
volví a responder que no lo sabía.
Después llamaron a mi puerta las mujeres,
y me preguntaron cómo eran las cosas,
respondí que no lo sabía.
Más tarde llamaron los hombres,
con la misma pregunta,
y tampoco fui capaz
de responder en afirmativo.
Al cabo llegaron los conservadores,
seguidos de los anarquistas.
Después científicos y campesinos,
curas y filósofos,
santos y ladrones,
profesores y aprendices,
generales y soldados,
sanos y postrados,
cazadores y ecologistas.
Todos me hacían la misma pregunta:
¿Cómo eran las cosas?
No supe que responder...
y ahora
que lo sé todo
sólo sé que no sé nada.

sábado, 27 de febrero de 2010

Un mago del sentimiento. Miguel Hernández


En mi opinión la auténtica poesía es aquella que surge de los sentimientos directa hacia la pluma sin pasar antes por la cabeza. Miguel Hernández fue uno de esos poetas, quizá por ello no llegó a ser aceptado en la generación del 27. En este 2010 se cumplen cien años de su nacimiento en Orihuela, donde comenzó a dar sus primeros pasos en poesía junto a su amigo Ramón Sijé. Y desde aquí, este pequeño homenaje con su poema "Hijo de la sombra" (primera parte del poema completo "Hijo de la luz y de la sombra") texto, que por otra parte, ha sido musicado por Serrat recientemente:


Eres la noche, esposa: la noche en el instante

mayor de su potencia lunar y femenina.

Eres la medianoche: la sombra culminante

donde culmina el sueño, donde el amor culmina.


Forjado por el día, mi corazón que quema

lleva su gran pisada del sol adonde quieres,

con un sólido impulso, con una luz suprema,

cumbre de las montañas y los atardeceres.


Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje

su avaricioso anhelo de imán y poderío.

Un astral sentimiento febril me sobrecoge,

incendia mi osamenta con un escalofrío.


El aire de la noche desordena tus pechos,

y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.

Como una tempestad de enloquecidos lechos,

eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.


La noche se ha encendido como una sorda hoguera

de llamas minerales y oscuras embestidas.

Y alrededor la sombra late como si fuera

las almas de los pozos y el vino difundidas.


Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,

la visible ceguera puesta sobre quien ama;

ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,

ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.


La sombra pide, exige seres que se entrelacen,

besos que la constelen de relámpagos largos,

bocas embravecidas, batidas, que atenacen,

arrullos que hagan música de sus mudos letargos.


Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,

tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.

Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,

con todo el firmamento, la tierra estremecida.


El hijo está en la sombra que acumula luceros,

amor, tuétano, luna, claras oscuridades.

Brota de sus perezas y de sus agujeros,

y de sus solitarias y apagadas ciudades.


El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,

y a su origen infunden los astros una siembra,

un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,

que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.


Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,

tendiendo está la sombra su constelada umbría,

volcando las parejas y haciéndolas nupciales.

Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

martes, 29 de diciembre de 2009

Ensueño de un rayo de luna

Hace unos días volví a leer una leyenda de Bécquer titulada "Rayo de luna". Para los que no la conozcáis trata sobre un joven soñador conocido como Manrique que se enamora de un rayo de luna creyendo que es el vestido de una mujer que juega con las sombras del bosque. Y esta leyenda me inspiró este poema. El ensueño de Manrique:




Me acerco. Me acerco suavemente
protegido por el ruido del silencio.
Contemplo. Contemplo un bulto,
entre las sábanas, blanco de luna.
Siento. Siento que te pierdo,
en la noche, oscuro presagio.
Deseo. Deseo estar contigo
allí donde sueñas, pureza de mi corazón.
Amo. Amo tu boca de cristal,
anhelo febril que me tiene aprisionado.
Odio. Odio el tiempo sin alma
que me aleja de ti.
Lloro. Lloro lágrimas sordas,
mudas para expresar que no puedo
olvidar, olvidar, olvidar, olvidar...
Palablas que resuenan en mis oidos
al son de tambores amenazantes.
Te abrazo. Abrazo las sábanas
donde te reflejas, donde te percibo,
sigues mirando a la pared.
Dudo. Dudo de que te encuentres
acurrucada detrás de la manta,
límite ahogado, frontera dolorosa.
Y levanto, levanto las sábanas.
¿Dónde estas? tienes que ser real.
Caigo. Caigo de rodillas
todo ha sido un sueño iluminado
por un rayo de luna que se hizo mujer,
deseo contrariado.
Y esperaré. Esperaré a la siguiente noche,
sé donde encontrate, cerca de mí,
acurrucada entre mis sábanas.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Sendero entre estrellas

A mi buen amigo M. Con quien tantas cosas quiero.

La luz de la ciudad en su tono artificioso
emerge de la oscuridad atrapando
el halo inocente de las estrellas.
Sin embargo, ahí están centelleando en su morada,
esperando que desde un café emergan las palabras
ocultas en otra dimensión noble,
camino directo hacia la libertad.
Y abren la puerta dorada de un sendero antiguo,
donde se camina descalzo,
donde se desnuda el alma.
Y allí desnudas recorren el sendero libre de las estrellas
cabalgando a lomos de todas aquellas aventuras
que el destino nos hace compartir.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Canción del marinero


Entre noches olvidadas, mece el péndulo del destino.
Siento tu ausencia en las húmedas paredes,
reflejo de un sueño manifiesto del alma.

Las hojas verdes tornan su color
en un viraje hacia la melancolía,
quizá caigan con el hielo de mi aliento,
o quizá navegen en el céfiro neblino,
quizá se depositen en tus cabellos
llevándote mi presencia oculta
en los recobecos de tu mente, y...
quizá me encuentres allí, al doblar
la esquina de la soledad, al entrar
en la calle del amor.
Allí, acurrucado, temeroso de la oscuridad sucia
esperando la luz de tu mirada,
faro del marinero perdido
que un día hizo de la mar su casa
y rema y rema sin final,
cubriendo las aguas de senderos imaginarios,
de mil posilbilidades errantes.

A lo lejos vuelve a salir el sol
con su jugetona luz blanca,
figuras danzantes bailan en la popa
y entonces me doy cuenta:
Noto que te noto,
siento que te siento

martes, 1 de diciembre de 2009

La defensa de la ñ


Este animal que gruñe,
con Ñ de uña,
es por completo intraducible,
perdería la ferocidad de su voz,
la elocuencia de sus garras en cualquier lengua extranjera.

José Emilio Pacheco
Premio Cervantes 2009


lunes, 30 de noviembre de 2009

Siempre Bécquer


Un sencillo poema de Bécquer, quizá el único alegre presente en sus rimas, dice lo siguiente:

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,


hoy llega al fondo de mi alma el sol,


hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...


¡hoy creo en Dios!

sábado, 14 de noviembre de 2009

Como te dije, déjame que te cuente otro cuento.



“No lloréis, el llanto os hará débiles”, “Debéis aprender la Retórica, la Gramática y la Astronomía amén de otras ciencias para el vivir sano del espíritu”. Cuenta la historia que los príncipes de antaño eran educados en artes tan altas como contrapuestas, así un noble debía ceñir la espada con tanta destreza como escribir versos. Y de esta forma fue instruido nuestro joven héroe, cuyo nombre la historia ha olvidado, haciendo de su tumba el olvido y de su vida la memoria. A riesgo de romper con esta premisa romántica daré un nombre a tan singular personaje y es que al conocer sus pasos pienso en Cándido como el más propio.

Cándido nació en el seno de una familia noble, de linaje antiguo, que había servido a los reyes de Castilla desde que estos recuperaran su trono en las batallas contra los musulmanes. Nunca antes el apelativo noble hacía epíteto tan acertadamente como a los ancestros de nuestro héroe. Y a veces ocurre que la vida alejada y espiritual suele menospreciar otros quehaceres más relacionados con lo terreno y temporal. Terminadas las batallas en Castilla y en el resto de la península, los guerreros castellanos volvieron a sus haciendas, las cuales habían permanecido en manos de sus lugartenientes quienes las habían administrado eficientemente. Sin embargo, la familia de Cándido inmersa en la guerra había descuidado sus bienes y tal fue el gasto acumulado que mal vendieron sus posesiones para satisfacer sus deudas. No dejó el rey castellano que tan noble linaje se viera hundido en la miseria y permitió que vivieran en un castillo con algunas posesiones donde mantendrían sus títulos nobiliaros. Y en este punto de la historia nació nuestro Cándido. Cuentan los astrólogos que al nacer dos estrellas del firmamento colgadas en un estado de completa quietud, descendieron desde lo alto dejando a su paso una estela brillante y dorada como lágrimas de oro, y que dichas estrellas llegaron a su rostro donde formaron sus ojos y su melancólica mirada.

Su niñez fue inocente y feliz. Al llegar la adolescencia sentía como su pecho pugnaba por salirse de su cuerpo y que su alma buscaba navegar por los mares libres. Poco a poco moría en la soledad del castillo, con la única compañía de un sabio médico árabe del cual se decía que conocía los secretos de inmortalidad de los egipcios y que tan poderosa era su magia que era capaz de convertir la noche en día y el día en noche.
Pronto supo tan ilustre maestro que Cándido necesitaba compañía y decidió enseñarle el lenguaje de las aves y de las plantas. No tardó mucho en aprenderlo diestramente y al cabo de unos días era capaz de mantener conversaciones con la lechuza sobre filosofía, sobre ciencias ocultas con el búho y sobre las rarezas del mar con la gaviota.

Pero su corazón seguía triste. Arrastraba sus pies entre la niebla espesa de su mirada… Hasta que cierto día llegó a él una paloma, tan blanca como pura, con una mancha en su pecho similar a un corazón y le habló: “Oh, príncipe que os sucede, vuestros ojos tristes me conmueven”, “Paloma, me encuentro en soledad, volando en las noches olvidadas mientras entono notas que mueren entre estas cuatro paredes descorazonadas”, “Príncipe, dejadme que os cuente algo. Hace algunas semanas volaba yo en busca de un lugar acogedor donde pasar la noche, y en la fortuna, encontré un estrecho balcón cálido. En él una joven y hermosa princesa lanzaba suspiros al destino capaces de llegar a oídos tan silenciosos como los de vos”, “Paloma, decidme, podéis llegar de nuevo al balcón y llevarle este mensaje”. Partió la paloma al alba brillando con el rocío como una saeta. Cuentan los antiguos que en este mensaje Cándido recitaba a su princesa un poema de amor el cual termina: “… no sé quién sois, no sé cómo os llamáis, pero mi corazón ha encontrado en vos un bálsamo de paz, os amo”.
Pasaban los minutos como horas y las horas como días, hasta que después de una larga espera volvió la paloma mensajera ensangrentada por la flecha de un cazador. “Joven príncipe, moriré en breve, tomad el mensaje que os traigo”, “Paloma, palomita, eres la redentora de mi alma, descansa en paz y que el altísimo te santifique como portadora de buenas noticias”. La respuesta de la princesa fue breve: “Ven a verme, necesito que me salves de estas cadenas que me oprimen”.
De modo que el príncipe salió una noche sigilosamente, tan solo acompañado por sus dos fieles amigos, la lechuza y el búho. Difícil fue la búsqueda de la princesa, entre otras cosas porque no hallaban el camino correcto. Hasta que cierto día cansados y hambrientos llegaron a las puertas de una ermita donde bebieron y comieron a su voluntad. Tenía el ermitaño un viejo loro que había vivido en cortes de medio mundo y que cansado de tanta belleza material había decidido retirarse a meditar esperando encontrar el otro tipo de belleza menos mundana y que alimenta en mayor medida el espíritu y las pasiones nobles. Les contó el loro como había llegado a conocer a la princesa y que era famosa en todo el reino por sus altos sentimientos y su rara belleza. Decidió, además, acompañar al príncipe hasta el lugar donde ella estaba cautiva. Varias semanas pasaron caminando entre algodones, hasta que finalmente llegaron a su destino. No dudó el joven, en situarse frente al balcón que le describió la paloma y con toda la fuerza de su voz recitó el poema que cierto día esperanzador escribiera para su amada. Ella reconoció el poema que había guardado en su corazón y tal fue su gozo que cayó en manos de su príncipe extasiada de alegría.
Pero como suele pasar en todas las historias de amor, siempre existe un temible lobo que trata de desterrar los besos y abrazos de los enamorados. Y este no era otro que las convenciones familiares de la princesa. Cuando la dama nació, los astrólogos predijeron que la dulce flor escaparía con un noble venido a menos, el padre temeroso de tal profecía la había encerrado en la torre esperando que el tiempo evaporase el halo de pesimismo que predecían los augurios. Sin embargo, el destino atrapa con sus redes las vidas de los hombres y los somete a su implacable autoridad. Los dos amantes escaparon temblorosos y abrazados a su suerte. Pronto se dieron cuenta en el castillo de lo que había sucedido y un grupo de jinetes capitaneados por el señor y padre de la dama salieron en busca de los enamorados. Varios días duró las búsqueda, días en los que a pesar de las adversidades, los jóvenes fueron tan felices como nunca lo habían sido antes en sus vidas. Hasta que en su desgracia, fueron sorprendidos mientras dormían por el despiadado castellano que herido en su honor atravesó cruelmente con su espada el pecho de nuestro héroe golpeándole en la esencia de la vida. Al ver semejante acto, la princesa tomó la espada de su padre con la determinación del dolor que proporciona ver morir a un ser amado y la hundió en su enamorado corazón. En susurros sus voces se unieron para lanzar al viento: “juntos para siempre”. Y así es como juntos permanecen eternamente. Año tras año al llegar la primavera en este mismo lugar del bosque dos flores blancas y puras como la luz del alba enrollan sus tallos formando una única flor conocida como los eternos amantes.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Tabaquería de Fernando Pessoa

Un compañero de piso me lo mandaba por correo y yo la voluntad de compartirlo, los primeros versos:

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

El resto podéis verlo en el siguiente enlace (es bastante largo).

sábado, 22 de agosto de 2009

CANCIÓN DE LA SEMANA: Joan Manel Serrat - Elegía

Poema preciosísimo de Miguel Hernández, musicado por Serrat, poner el poema es largo e incòmodo, la canción dulce y fácil.


viernes, 29 de mayo de 2009

Recordemos un momento a Mario Benedetti

Quisiera compartir un momento con vosotros algunos de los poemas que nos ha dejado Mario Benedetti después de que nos dejara hace pocos días a sus 88 merecidos años.

Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia más conocido sólo como Mario Benedetti, escritor uruguayo, destacado poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico, que junto con Juan Carlos Onetti, ha sido la figura más relevante de la literatura uruguaya de la segunda mitad del siglo XX; con ideales de liberatd, justicia y solidaridad que ha esparcido por todo el mundo a traves de sus más de 80 libros de poesia, cuento y ensayos.


Táctica y Estrategia

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

Mario Benedetti


Recibió varios premios, tanto nacionales como internacionales, entre los que destacan el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Premio Internacional Menéndez Pelayo o el Premio Iberoamericano José Martí. Fue condecorado también por el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en diciembre de 2007, en la Universidad de la República de Uruguay, con la Orden Francisco Miranda.
Sus poemas fueron divulgados por “cantantes protesta” como Viglietti, Joan Manuel Serrat o Luís Pastor, algo que encasilló a Benedetti como un poeta que escribía sobre política a lo que él mismo contestó en una ocasión declarando: “No me gustan que me pongan etiquetas, porque he escrito cuentos fantásticos, poemas de amor y ensayos metafísicos. Tengo más de ochenta libros publicados de los cuales sólo cinco o seis son de tema político”. Benedetti era ante todo, un hombre de su tiempo.
Su obra inspiró muchas películas e hizo periodismo y fue un icono de la cultura militante. Serrat comenta a la prensa que Beneditti era un hombre bueno, muy comprometido con el pueblo y el tiempo que le tocó vivir. Su ausencia ha dejado su corazón algo más desconchado pero que no nos ha dejado, ni abandonado, gracias a su legado del cual se debe seguir aprendiendo.

Joan Manuel Serrat cantando El Sud también Existe


Los que le conocían bien, decían que era un hombre cordial y tremendamente tímido. Introvertido, pero muy atento a todo lo que ocurría a su alrededor. Gran observador, reflejaba con su pluma su visión de un mundo, que él entendía injusto en cierta medida. Vivió exiliado en Madrid, Cuba y Lima, lugares que le acogieron como si de su Uruguay natal se tratara. Apoyaba el régimen de Castro, aunque posteriormente, se fue desmintiendo de todo eso, dado el rumbo que tomó la revolución de Fidel.
En el 2006, Benedetti tuvo la prueba más difícil de superar al fallecer su esposa, Luz, tras más de sesenta años de matrimonio. Al desaparecer Luz, Benedetti fue poco a poco descuidando su aspecto físico. Había perdido a su gran compañera y el pesimismo, se apoderó de la vida del poeta.
Los últimos años de la vida de Benedetti, han estado caracterizados por su delicado estado de salud. Han sido años muy duros, en los que el poeta, ha padecido fallos en diferentes órganos e incluso fue ingresado en 2001 por una dolencia cardiaca que terminó con que los médicos le instalaran un marcapasos.
El poeta “desexiliado”, como él mismo se definió al regresar a Montevideo en 1985 después de ser exiliado durante el golpe de estado el 17 junio de 1973 a causa de sus ideas políticas, ahora descansa en paz junto a Luz, su eterna compañera.

Si Dios fuera mujer

jueves, 23 de abril de 2009

Dejame que te cuente un cuento...



Con motivo de la Diada de Sant Jordi y porque lo prometido es deuda y eso va para mi compañero José Luis; hoy seré yo quien te muestre un cuento o algo parecido. Mi padre se lo recitaba a mi hermano de pequeño y años después lo recitó para mí. Lo escribió Rubén Darío, poeta sudamericano nacido en Nicaragua en enero de 1867 y muerto en febrero de 1916, León.







Rubén Darío

A Margarita Debayle

Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:

Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.

Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».

Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».

Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».

Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».

Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

* * *

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.


Dedicado a todo aquel que en un día y en un momento me contó un cuento.

Gracias.

miércoles, 8 de abril de 2009

¿Quién es él? ¿quién ella? todos y cada uno de nosotros




Y un día ella llama a la puerta

él no la abre.

Sabe que su mirada es peligrosa

que hipnotiza los sentidos.

Entre las rendijas de la puerta,

navega hasta su olfato

el halo inocente de su perfume.

Llora mientras abre la puerta.

Sabe que no debe llorar.

Ella está allí, en el umbral de su alma

con su mirada cándida que le atrapa

entre unas redes dañinas.

En la noche suenan, resuenan las campanas,

acordes solitarios y olvidados,

voces de balada, hechizantes.

Incluso ella en su inmensidad, lo siente.

Dos perlas recorren sus ojos,

al buscar las manos de él.

Y las besa con la pasíón,

de unos labios hechos para soñar.

Y mece su cuerpo entre sus brazos

mientras le jura amor eterno.

Y todo fue en la noche,

cuando los débiles corazones exhalan,

un aliento blando,

tornándose débil.

Todo fue en la noche.

Quién ella, quién él...






viernes, 20 de marzo de 2009

Hoy me ha encontrado la poesía

Sí, así es. Esta mañana estaba colocando mi cuarto donde guardo todos los libros que voy comprando y me he encontrado con uno titulado "Poesía". No recuerdo cuándo lo he comprado, ni dónde. Es algo que me pasa a menudo (Marc lo sabe) compro libros y luego no recuerdo que los tengo. No es la primera vez que compro otra vez un libro que ya tenía. En fín, así que cogí el libro, lo abrí al azar y me encontré con un poema de León Felipe titulado Sé todos los cuentos. No puede evitar pensar el oportunismo del poema que tiene relación con el cuento que publique estos días pasados.


Yo no sé muchas cosas, es verdad.

Digo tan sólo lo que he visto.

Y he visto:

que la cuna del hombre la mecen los cuentos,

que los gritos de angustia del hombre los ahogan los cuentos,

que el llanto del hombre lo taponan los cuentos,

que los huesos del hombre los entierran los cuentos,

y que el miedo del hombre...

ha inventado todos los cuentos.

Yo sé muy pocas cosas, es verdad,

pero me han dormido con todos los cuentos....

y sé todos los cuentos.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Podrá no haber poetas...


En el siglo XIX, Bécquer escribió un poema que terminaba "...podrá no haber poetas, pero siempre habra poesía", y esto adaptado a nuestro tiempo más bien diría "podrá no haber poesía, pero siempre habrá poetas".

jueves, 6 de noviembre de 2008

Donde habite el olvido


Un poema de Bécquer dice:


¿De dónde vengo?... el más horrible y áspero

de los senderos busca.

Las huellas de unos pies ensangrentados

sobre la roca dura;

los despojos de un alma hecha jirones

en las zarzas agudas,

te dirán el camino

que conduce a mi cuna.


¿A dónde voy? El más sombrío y triste

de los páramos cruza;

valle de eternas nieves y de eternas

melancólicas brumas.

En donde esté una piedra solitaria

sin inscripción alguna,

donde habite el olvido,

allí estará mi tumba.


El "extravío romántico". Bécquer lo definió claramente en este poema, sincero y conmovedor. El penúltimo verso de esta rima lo tomó otro gran poeta contemporáneo, Luis Cernuda, para dar título a su libro Donde habite el olvido.Bécquer es (junto con Espronceda) el más fiel artista romántico,se muestra a sí mismo en sus obras, exhibe sus sentimientos y dirige una mirada subjetiva al mundo, las emociones se desbordan y el amor inspira gran parte de sus textos. El amor hacia la soledad, hacia la melancolía, hacia la patria, hacia la naturaleza, hacia la Edad Media e incluso el amor a amar.