viernes, 8 de octubre de 2010

Creativos de la publicidad.

No estaría mal una sesión al día, durante las largas pausas publicitarias de según que cadenas y en beneficio de los sufridos televidentes.


Condensar una historia en apenas 30 segundos y que además sea amena y divertida, tiene un mérito increíble, al menos para mi.

Pues nada, que lo pasen ustedes bien.

martes, 5 de octubre de 2010

Teoría del Prefracaso, II

Continuación del artículo publicado ayer, os recuerdo que el texto no es mío, sino de un compañero que nos manda el texto con el pseudónimo indicado al final del texto.

No es muy esperanzador, soy conciente. Pero aún lo es menos para aquellos que, habiendo aceptado dicho esquema, se ven en el callejón sin salida de tener que considerarse perdedores. Entonces se ven condenados a los libros de autoayuda, banderas de la industria cultural, o a las filosofías pseudovitalistas que vienen la mayoría de los casos manufacturadas desde oriente con denominación de origen y que, a pesar de provenir de enseñanzas anteriores al capitalismo, se han asentado perfectamente dentro de sus circuitos. El sistema es tan perfecto que a los enfermos se les cura con dosis más potentes de enfermedad, retroalimentando el circuito ad-eternam.

“Prefracasé en la vida”, sentenció genialmente Pessoa. El poeta portugués no quería hacer referencia exactamente a lo que yo me estoy refiriendo, pero dudo que otra palabra sintetice mejor el camino al que la sociedad se está encaminando. Prefacaso. Inadaptados al sistema, elementos marginales de él, del que no me extrañaría demasiado que su número creciera exponencialmente en consultas y en habitáculos mal ventilados. El estado de ánimo de saber que nunca se va a poder volar por mucho que uno se esfuerce, no por carecer de alas sino por estar amarrados a una pesada losa. El estado de ánimo de no querer imaginarse, a la vista de la evolución de la publicidad y de las nuevas modas en el divertimento infantil y juvenil, cómo puede ser la siguiente hornada generacional.

Prefracasar significa saber, desde el principio, que no se va a encajar en esa sociedad en la que imperan los fugaces valores de las series y películas norteamericanas. Significa saber que, por mucho que lo intenten no van a poder volar nunca. Significa ser realista, no pesimista. Significa saber que nada puede hacerse. Una apatía de la que es imposible salir si nadie le ayuda a cortar esa cuerda que lo ata al peso muerto, no para poder volar –son realistas, repito, saben perfectamente que no pueden hacerlo- sino para poder albergar la esperanza de poder hacerlo algún día. Pero nadie les ayudará a alcanzar ese idealismo casi pueril: a la sociedad no le interesa, va en contra de su código ético de búsqueda sin cuartel de la autorrealización instantánea, y al propio prefracasado tampoco. Porque en su caso, es mejor bajar la vista al suelo, la perspectiva en el horizonte es -si cabe- más desalentadora que las circunstancias pasadas y que el contexto presente, y autocompadecerse de su suerte. No han nacido para ser la reina del baile ni para bailar con ella. Y lo saben.

Nicolás Grandía Evaristo

lunes, 4 de octubre de 2010

Reanudar

Reanudar,

Retomar o continuar lo que se había interrumpido.

Reiniciar, recomenzar, reemprender, proseguir, continuar, seguir, instaurar, renovar, restablecer, ................. y así hasta el infinito.

Pues nada, a empezar de nuevo y bienvenidos!.

Teoría del Prefracaso, I

Este artículo nos lo manda, para que lo publiquemos un compañero, que firma con el pseudónimo indicado al final de la primera parte del texto.

No soy capaz de recordar donde leí que uno es la suma de la herencia genética y de sus experiencias vitales. Siempre me ha parecido una buena definición de la personalidad de uno. Por una parte un factor biológico filtrado por una infinitud de generaciones de selección natural; por otra un cúmulo de vivencias de variabilidad inabarcable donde se podría englobar la educación, el influjo de la sociedad y los palos que la vida ha dado, característico únicamente de la generación viva. Una porción dada por la naturaleza, otra porción dada por el contexto histórico-cultural. Sobre la primera es difícil influir mientras la ingeniería genética se encuentre en estado embrionario; pero sobre la segunda no es necesario ser demasiado perspicaz para cerciorarse de la importancia capital que tiene la cultura de masas a la hora de moldearla.

El relevo generacional, constante universal y pilar sobre el que se sustenta la renovación ideosincrática de toda cultura, se muestra incuestionablemente cuando la gente mayor se horroriza ante la carencia casi absoluta de valores morales en el comportamiento de muchos –para no abrumar con las palabras “de la mayoría de”- jóvenes. Aquello no sucedía en su época, comentan resignados mientras se preguntan qué ha pasado. Porque el sistema educativo ha mejorado, ya no se amenaza con la regla en mano. Porque los padres pueden cuidar mejor de sus hijos al haberse reducido la precariedad. Qué ha pasado. Creo que aquí es donde deberíamos reflexionar sobre los valores que la cultura de masas transmite a las nuevas generaciones más que sobre los patrones de conducta y los mecanismos inhibidores de agresividad que han sido heredados vía DNA desde la época de nuestros ancestros los cavernícolas.

Vivimos sumidos en el sistema económico capitalista, no es trivial recordarlo, en la cultura de la ley del mercado de la oferta y la demanda, guiados por la sagrada providencia del máximo beneficio y por las beáticas enseñanzas de la libre competencia. El sueño americano en su exponente máximo: o se triunfa o se muere. Las películas y series norteamericanas que bombardean nuestras pantallas son profetas sublimes de la filosofía capitalista. El protagonista, triunfador por derecho de guión, descubre, primer mandamiento, que la felicidad radica en un hedonismo fácil, de usar y tirar, de rápida adquisición si se tiene dinero o si se es un triunfador. Y también descubre, segundo mandamiento, que el mundo se divide en dos clases de personas: los triunfadores como él y los fracasados. La generación joven -que aún se encontraba en pleno estado de gestación mientras duraba el bombardeo publicitario televisado- ha aceptado sin rechistar ese maniqueo esquema cosmográfico y hará lo posible para no verse en el denigrado saco de los fracasados. La ley del mercado del “laissez-faire”, del todo vale, ha florecido también en la sociedad. La escala de valores de esta generación que pronto sustituirá a la gobernante por legítimo derecho temporal está empezando a esclarecerse.

Nicolás Grandía Evaristo