No es muy esperanzador, soy conciente. Pero aún lo es menos para aquellos que, habiendo aceptado dicho esquema, se ven en el callejón sin salida de tener que considerarse perdedores. Entonces se ven condenados a los libros de autoayuda, banderas de la industria cultural, o a las filosofías pseudovitalistas que vienen la mayoría de los casos manufacturadas desde oriente con denominación de origen y que, a pesar de provenir de enseñanzas anteriores al capitalismo, se han asentado perfectamente dentro de sus circuitos. El sistema es tan perfecto que a los enfermos se les cura con dosis más potentes de enfermedad, retroalimentando el circuito ad-eternam.
“Prefracasé en la vida”, sentenció genialmente Pessoa. El poeta portugués no quería hacer referencia exactamente a lo que yo me estoy refiriendo, pero dudo que otra palabra sintetice mejor el camino al que la sociedad se está encaminando. Prefacaso. Inadaptados al sistema, elementos marginales de él, del que no me extrañaría demasiado que su número creciera exponencialmente en consultas y en habitáculos mal ventilados. El estado de ánimo de saber que nunca se va a poder volar por mucho que uno se esfuerce, no por carecer de alas sino por estar amarrados a una pesada losa. El estado de ánimo de no querer imaginarse, a la vista de la evolución de la publicidad y de las nuevas modas en el divertimento infantil y juvenil, cómo puede ser la siguiente hornada generacional.
Prefracasar significa saber, desde el principio, que no se va a encajar en esa sociedad en la que imperan los fugaces valores de las series y películas norteamericanas. Significa saber que, por mucho que lo intenten no van a poder volar nunca. Significa ser realista, no pesimista. Significa saber que nada puede hacerse. Una apatía de la que es imposible salir si nadie le ayuda a cortar esa cuerda que lo ata al peso muerto, no para poder volar –son realistas, repito, saben perfectamente que no pueden hacerlo- sino para poder albergar la esperanza de poder hacerlo algún día. Pero nadie les ayudará a alcanzar ese idealismo casi pueril: a la sociedad no le interesa, va en contra de su código ético de búsqueda sin cuartel de la autorrealización instantánea, y al propio prefracasado tampoco. Porque en su caso, es mejor bajar la vista al suelo, la perspectiva en el horizonte es -si cabe- más desalentadora que las circunstancias pasadas y que el contexto presente, y autocompadecerse de su suerte. No han nacido para ser la reina del baile ni para bailar con ella. Y lo saben.
Nicolás Grandía Evaristo
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